Mirando concienzudamente el mapa del mundo no podemos pretender que los Ghanenses nos ubiquen dentro del planeta.
Ni los Togoleses.
O los Congoleños.
De milagro los Nauruanos saben que existimos.
Y para los Kirguiz nuestro nombre les debe sonar a garabato. O nos confunden con una comida picante.
Y nos ame.
Nuestro país es laaaaaaaaaaaaaaaarrrgooooooo (más de 4.200 klms.)
Al Norte, empezamos el viaje en eso del paralelo 17º.
Arica, dicen, es la ciudad de la eterna primavera.
Todo a lo largo cercado por el Océano Pacífico y ¿me creerías?, los mariscos y los peces son un alimento poco apreciado por los chilenos. Basta comparar la cantidad de carnicerías con las pescaderías. Como dice el refrán: “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
Cuando ya no tengamos peces, soñaremos con un buen caldillo de congrio, una ensalada de atún o las machas parmesanas.
Somos pocos, comparados con ciudades grandes. Apenas 16 millones de habitantes en todo el territorio.
En Santiago, la capital no llegamos a los seis. Y algunos locutores de radio chauvinistas le llaman “el Gran Santiago”.
El nombre "Chilli" ya se conocía antes de la llegada de españoles por estos lados.
Sólo que el imperio Inca no tenía ningún interés en esa cantidad de tribus dispersas por un territorio tan lejano, dedicadas a vivir de la tierra, la caza y un poco de alfarería.
Nada organizado.
Eso de venir a colonizar el fin del mundo me parece de seres míticos, extraordinarios. Cuando leo las historias de Almagro, Valdivia, Magallanes o Pizarro no les encuentro explicación. ¿Sería la ambición? ¿Afanes de gloria? ¿Sólo soñaban con el oro?
Pienso que fuimos un sueño para ellos; una fantasía por descubrir. Una visión que les trastornó la vida. Y es posible que algo de eso hayamos heredado.
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