Te perdí como un día de verano y una atardecer de luna nueva sobre Los Andes.
Perdí aquella noche en la montaña, cuando vimos caer las estrellas hacia un lugar que nunca supimos.
La huerta de choclos y mi vestido rosa.
El color amarillo de los lirios y el verde del gomero.
Te perdí como las plumas de nieve que miramos por los ventanales y tus gritos de alegría.
El viento Raco que secaba en 10 minutos la ropa tendida.
Como el río en un invierno de tormenta.
La Escuela 606, la antigua, con su patio de cemento y la mínima sala de profes al fondo.
La noche de los cuchillos buscando el corazón de aquel muchacho. Quieto en la vereda, quieto para siempre. ¿A dónde iría su alma?
Perdidos los días eternos de la lluvia soplando por los grietas de la casa.
El viento ululante sobre los techos.
La amenaza constante de una inundación.
El frío que amorataba los dedos y ponía roja la nariz.
Podría escribir todo el día y la noche, llenar páginas y más páginas de todo que perdí cuando te fuiste.
Sin embargo nada de lo perdido es comparable a lo nuevo, la esplendorosa renovación de la vida, los objetos, los espacios, las palabras, el Espíritu, el círculo perfecto de Su Amor que excede cualquier ausencia.
Y eso pido en oración, que todo aquello y lo mucho más que no volveremos a ver, a encontrar o a percibir, sea sólo eso, un tiempo asombroso que no volverá, y que este presente supere en grandeza a áquel.
1 comentario:
la única "ausencia" que excede al círculo perfecto de Su Amor, es la de no estar dentro del círculo y clamar por la eternidad, deseando haber estado...
Publiqué el comentario de Old Boy, para rescatar algo de esperanza en medio de la oscuridad de la venganza.
Un abrazo
Iván
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