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Mostrando las entradas de noviembre 8, 2006

Leer en voz alta.

En los tiempos de mi infancia era habitual que el domingo se comprara El Mercurio. Cuando alguno de los chicos que habitábamos la gran casa (hijos, nietos, primos) aprendía a leer en su primer año escolar, tenía el derecho de sentarse en la silla especial, más alta que el resto y leer con voz tímida o fuerte a toda la familia reunida, un trozo de Artes y Letras. Luego de una lectura nerviosa y entre cortada, los aplausos y los “muy bien” premiaban el esfuerzo. Desde el primer día de escuela, todos soñamos con esa silla y el momento que seríamos aprobados y adquiriríamos la categoría de “grandes”. Podríamos leer “sin monitos”. Luego la nana servía para el lector o lectora de turno un trozo enorme de torta y un gran vaso de bebida. Desde ese tiempo conservo la costumbre de leer en voz alta. Los sonidos danzan en mi oído y en ocasiones es tanta la impresión que alguna lágrima furtiva acompaña la lectura. Quizás ese sea uno de los tantos homenajes que un escrito