Hace algunos días se celebró el
Día Internacional del Libro (abril 23), respaldando esa costumbre ya incorporada hace años en nuestro medio de celebrar cuanto día se nos ponga por delante,
pretexto para divertirnos un rato y salir de la aburrida rutina , incluidos el Día de la madre, padre, niño, patria,
perro, abuelos, etc. (Podíamos inventar un día del blogger ¿no?)
Ese día del libro me acordé con nitidez de J., un amigo que me llevó al borde del delito, cuando era yo apenas una muchacha sin tino ni ambición, aunque no digamos que he progresado mucho respecto de esas deficiencias, solo se va adicionando años al cuerpo.
J. era experto en “robo hormiga”, no cualquier robo, por supuesto. Elegía las mejores librerías, no las más elegantes, no, solo las que guardaban preciosos ejemplares antiguos, ediciones limitadas, rarezas y eso. Poseía un olfato especializado para saber dónde podía hallar tesoros semejantes.
Un día me llevó a sus correrías. Usaba un abrigo largo, amplio, color gris, con unos enormes bolsillos interiores. Adivinen para qué. Un día un libro por aquí, otro día por allá, su biblioteca era digna de un magnate. Ni siquiera permitía que se hojeara alguno de aquellos ejemplares raros, antiguos y bellos, conservados con el cuidado de una madre por un bebé recién nacido.
Podría definirse como bibliófilo, tal cual describe Humberto Eco esta manía:
“La bibliofilia es ciertamente el amor por los libros, aunque no necesariamente por su contenido. Claro que hay bibliófilos que coleccionan por temas e incluso leen los libros que adquieren. Pero para leer todos esos libros hay que ser un ratón de biblioteca. El bibliófilo, aun cuando se interese por el contenido, desea ante todo el objeto y, si es posible, el primero que haya salido de los tórculos de la imprenta. Hasta tal punto que hay bibliófilos (a quienes, pese a comprenderlos, desapruebo) que, teniendo en sus manos un libro intonso, no cortan sus hojas para no violar el objeto que han conquistado. Para ellos, cortar las hojas a un libro raro sería como, para un relojero, romper la caja de un reloj para observar su mecanismo.” (Humberto Eco, traducción de Alejandro Patat).
Algunos le llaman "el mal de Gutenberg", como una enfermedad peligrosa.
¿Cómo podrá curarse mi amigo J.?
la foto de: people04.albion.edu
la Palabra: "Bienaventurado el que lee" (Apocalipsis 1:3)
1 comentario:
Uno mira con más simpatía un ladrón que roba algo que uno aprecia , pero no es algo honrado igual, aunque te diría que si me decidiera a robar algo creo que sería un libro...pensándolo otro poco, ¡¡de ese robo hormiga soy víctima todo el año!! no son incunables los míos,pero SON MÍOS y para algo los compré.
Me piden prestado libros que me cuesta horrores recuperar...cunado los recupero. Mañana mismo deberé cobrar otros tres, ¡hay dolor! ¿y cómo ser tan egoísta y no prestar cultura, valores, etc?
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