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Cuenteros.

Oh, sí, recuerdo con nitidez las noches que nos acomodábamos a la orilla del brasero para oír las espeluznantes historias de aparecidos, de oscuros pactos donde el alma era la mejor moneda y, tiritando de miedo, nos apretujábamos unos a otros casi esperando que cantara un tue tué o pasara al galope un caballo negro montado por una negra figura.
Las mañanas eran también las noches; el sol poseía un brillo más dorado porque la noche era fantástica y dramática; el día era placentero porque la oscuridad se esperada con emoción.
Años después vine a leer aquellos versos de León Felipe:

"Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
Yo sé muy pocas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos."

Pensé que a mis años ya estaba curada del atractivo que provocan las ficciones; que eso era de mis 9 años cuando las Mil y una Noches poblaron la cabeza de fantasías.

Pero allí estaba aquella pareja delante de mi puerta.
Él, joven, un poco obeso, tenida sport, ella delgada, pelirroja auspiciada gentilmente por koleston, nada de fea. Una pareja normal, como las muchas que circulan por el sector.
El hombre le imprimía a su voz cierta autoridad y urgencia pidiendo hablar con el dueño de casa. Necesitaban un consejo porque eran un matrimonio joven.

Tan insólito es que un matrimonio pida consejo que me dejó anonadada por un segundo. ¿Querrán separarse? ¿Tendrán problemas domésticos, sexuales, legales? ¿Él ama a otra, ella descubrió que tiene hijos “por fuera”, las suegras no se soportan, uno de ellos tiene VIH (Dios no lo quiera, son muy jóvenes)? Rollera como soy, la imaginación se remonta a alturas siderales.

¿Un consejo?
La gente pide dinero a nuestra puerta, pan, agua, mercadería para una olla común, a veces hasta cosas en desuso, pero… ¡¿un consejo?!
El hombre me miró fijamente como queriendo imprimir impulso a mi resistencia.
Tiene poder de convencimiento –pensé-, sería un buen evangelista. Lamentablemente tendrá que conformarse conmigo ya que el “dueño de casa” no es habido.

Y empieza una larga historia de desventuras. No sé si estoy delante de “Descarados” o “Cómplices”, todo en un paquete. Una velada amenaza en aquello de “recién vengo saliendo de la cárcel, pero yo no soy malo, dama, aunque nuestra situación da para pensar en reincidir, pero quiero ser honrado, por mis hijos”, tienen los hijos en Argentina, quieren viajar a verlos, necesitan treinta mil pesos para pasaje.

Es un dilema siempre. Debería estar acostumbrada. Como el poeta, me sé todos los…y sé que este es uno de los tantos, tiene el perfil de la verborrea que persigue un único fin.
He escuchado a tantos, bastantes pesos se han escurrido sin regreso de mis bolsillos, pero es como los virus, cada uno diferente a otro, tal vez porque cada persona es un mundo; y tantas veces me he sentido tonta y estafada.

Olfatea el titubeo y adopta un aire atrevido, urgente, habla rápido, envolvente; mi instinto se pone alerta. Con toda parsimonia les explico que no tengo esa cantidad, no es ninguna mentira, recién hoy hemos hecho una inversión, lamentable, que me disculpen, etc.

¿Cuánto hay que pagar para dar un consejo que nunca se da?

Adivinen.
Algo se llevaron, nunca nadie se va de esta puerta con las manos vacías. Una buena historia algo gana ¿no?

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