4.9.06

El desfile.

El día es claro, tan claro que hace la realidad casi transparente. Un sueño que ocurre frente a mi ventana, independiente y ajeno al ojo observador.

La brisa mece las pequeñas yemas de las rosas que pugnan por salir, quizá para mirar de cerca el desfile.

Todos -pequeños y adultos-, entrenan sus mejores trajes; la plancha hace maravillas con los ternos antiguos, un poco demodé. Otros se han esmerado, faldas bordadas, pantalones de buena factura, instrumentos musicales brillantes, sombreros de fieltro, trajes de huaso impecables.

Recuerdo con nitidez un poema de Rubén Darío ( ¿alguno de ustedes recitó a Darío en el colegio?). Algo así como:

"¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo!
Ya se oyen los claros clarines.

La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines..."

Uno a uno, en filas a lo ancho de la calle van pasando. La música llena el espacio, zampoñas nortinas, quenas, guitarras, muchas guitarras de sonido alegre, en realidad todos andan alegres, en especial los niños que disfrutan sus manzanas confitadas, algodones dulces y helados de sabores raros.

Los amigos saludan con sobriedad, alzando la mano desde lejos, temerosos de romper la formalidad del cortejo. Todos caminan acompasadamente muy serios. Me sigue pareciendo un sueño, tal vez porque desde mi ventana es sólo eso...un instante fugaz.

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