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Esto no es una despedida.

Lo único que supera la creación de un hijo en el vientre de la madre es la resurrección de Jesucristo después de descender a lo más profundo del abismo.

Es tan natural que un hijo nazca, tan cotidiano casi, que perdemos la capacidad de asombro frente al milagro de la vida. Pero, aun cuando se engendren millones de niños, para una madre cada bebé es único en el mundo.

Hay un lazo indestructible que nos une.

Tiempo, distancia, penas, muerte, nada puede en contra de ese amor que va creciendo, simultáneo al crecimiento del vientre y el tesoro que contiene. ¿Hay algo más bello que una mujer “en estado” de gracia?

Un hijo sabe que su madre le perdonará todo; que lo amará por sobre sus propias debilidades. Sabe que la madre es el hogar donde siempre puede regresar sin aviso. La puerta estará siempre abierta, los brazos dispuestos, la mesa preparada, el amor incondicional.

Todo se puede caer; muchas cosas cambian a lo largo de la existencia.
El amor de una madre no morirá.

(Dedico estas palabras a Simón, mi hijo, aquí me quedo mirando al norte.)

Comentarios

x dijo…
No hay nada más confortante que saber que podemos tener una madre incondicional... que nos consuele, nos socorra y aliente en toda ocasión.

Por el camino hacia el norte... Jehová de los Ejércitos va delante. Y el Espíritu del Dios viviente soplará nueva vida para Simón...

Madre, tu hijo remontará con nuevas fuerzas, y tus ojos se llenarán de dicha como el día en que le viste nacer...
ojo humano dijo…
Gracias por el regalo de tus palabras, amiga.

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Los colores de Septiembre.

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Temuco.

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