Casas con jardines interiores, con graciosos bonsái o patios que guardan antiguas historias de infancias felices; algunos aseguran que Santiago es una ciudad fea, antiestética, sucia y estresante.
Ni su corazón de belleza perfumada.
Ni sus diminutos espacios donde sueñan ojos inocentes, que tal vez un día lleguen a gobernar la urbe.
Es verdad, Santiago no es el gran Buenos Aires con sus miles de espectáculos artísticos.
Ni París con sus modernas pasarelas.
Ni Nueva York con sus rasca el cielo.
Sí, no podemos negar los vicios e inmoralidades que guarda en cualquiera de sus calles; los peligros inminentes. La vida es un riesgo hasta sentado en el living de tu casa, una embolia, un paro respiratorio, un exceso de azúcar…la vida es frágil ¿no?
Porque el jardín es cosa de familia. Una ciudad de abuelos, de niños tomándose las plazas y disfrutando de los parques; también puede resultar peligrosa si eres demasiado ingenuo.
Santiago es más que una fotografía con el Cerro San Cristóbal y la Cordillera de Los Andes; por sobre todo Santiago tiene entre sus habitantes una Iglesia que ora por ellos, una hermandad de personas que adoran a Dios.
El poema: La parada de lo imperceptible.
Djahanguir Mazhary (Irán, 1932).
Al despertar del alba
A los rayos del sol
A la estrella nocturna
A la mirada de asombro
de la bella del pozo
Al dormir del sueño
Al espíritu del desierto
Al canto del pastor
Al caballo
A las llamas del leño
en el fuego del hogar
con la cabeza llama
A los lectores de estas líneas
en el anfiteatro del mundo
el imponderable eco.
¿Qué piensas hacer tú
con tu eternidad?
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